Por si tienes en mente escribir
Si quieres escribir debes leer, leer y leer. Leer los clásicos, leer los bestsellers actuales, leer periódicos, leer sobre el tipo de material que quieres escribir, leer sobre cómo escribir, leer buena escritura que puedas imitar hasta adquirir tu propia voz, e incluso leer basura para saber cómo no debes escribir. Siempre LEER. Pero muchas veces nos olvidamos de una pequeña parte no por ello menos importante. Cómo leer es tan importante como qué leer.
La importancia de la documentación
El trabajo de documentación consiste en ampliar conocimientos sobre una materia que nos interesa hasta el punto de haberla convertido en el tema de nuestra novela. De poco nos sirve tener una buena idea, la más genial, si luego nos hace aguas por sus fallos de verosimilitud y lagunas de conocimiento. Simplemente, menospreciando el proceso de documentación podemos hacer naufragar una buena novela. El trabajo de documentación es una labor de aprendizaje y profundización que se alimenta con la curiosidad.
Para casi cualquier libro que quieras escribir, deberás documentarte. La documentación es la base de una buena verosimilitud. Piensa en los obstáculos que te impiden continuar e imagina maneras de sobreponerte a ellos. De lo que se trata es de tener claro lo que queremos saber e ir a buscarlo en la mejor fuente de documentación.
Toda novela requiere un trabajo previo de documentación. Sin ésta es prácticamente imposible ambientar adecuadamente a los personajes en la época, el escenario y las circunstancias que les va a tocar vivir, y así no conseguiremos dotar de suficiente verosimilitud y coherencia al conjunto de la historia que vamos a narrar. La documentación forma parte del andamiaje, aparentemente invisible que sostiene a la obra. Viene a ser como los pilares y muros de carga de una casa: nos pasan absolutamente desapercibidos, pero si fallan, toda la estructura peligra, y si ni siquiera existen es que no hay forma humana de mantener el edificio en pie.
Para saber qué información necesitamos para documentar nuestra obra, debemos tener lo más claro posible qué tipo de obra vamos a escribir: si va a contener referencias históricas o no, en qué época y en qué lugar va a estar ambientada, quiénes van a ser nuestros personajes, en qué contexto se va a desenvolver, a qué se van a dedicar, cómo van a vivir, y qué papel van a desarrollar dentro de la trama. Aunque se trate de una historia con personajes de nuestro entorno y situada en nuestro barrio, no podemos basarnos únicamente en nuestra imaginación y nuestros recuerdos.
Para no prolongar la fase de búsqueda y evitar perderse por un exceso de información, lo más importante es aprender a delimitar el tiempo dedicado a la investigación y planificar el trabajo. Y la mejor forma de llevarlo a cabo es iniciar la documentación por los aspectos primordiales, los que resultan de las interrogantes que se nos planteen al ir modelando la idea original de nuestra novela. Lo importante es no aplazar el encuentro con la hoja en blanco, dado que puede ser peligroso, desalentador y hasta penoso en lo económico.
Consejos para tener en cuenta antes de empezar a escribir
Una buena forma de empezar a escribir es por uno mismo, buscando en la base de datos de nuestros conocimientos, recuerdos y experiencias.
Lo más importante para empezar la tarea de escribir una novela, es tener una razón para escribirla, una idea global que queremos reflejar en ella. Lógicamente, además de esta idea central, deberán haber otras dos o tres ideas secundarias que vayan interrelacionándose entre sí, y a la vez con la principal. Además deberemos introducir tres o cuatro episodios menores en cada uno de los capítulos, que puedan finalizar de inmediato o en los capítulos siguientes. Podemos tomar como modelo de trabajo una obra ya publicada, o incluso un cuento clásico, que transformaremos hábilmente para darle una apariencia nueva y variar el enfoque de su planteamiento de partida o sus conclusiones finales.
Empezar a escribir nuestra primera novela nos resultará más fácil si utilizamos como punto de referencia un relato tradicional conocido por todos y le sometemos a todas las transformaciones que consideremos conveniente hasta convertirle en una obra nueva difícilmente relacionada con la que hemos empleado de modelo.
Lo primero que debemos decidir es el tema que queremos desarrollar a lo largo de las páginas, y pueden ser tantos como se nos ocurran, desde los más concretos a los más genéricos. Una vez que hayamos hecho la elección, trataremos de concretarla en cuatro o cinco renglones como mucho, no hacen falta más, y lo haremos de una manera sencilla y clara. Podemos hacer varios ensayos hasta quedarnos con la idea que más nos guste, que será en los sucesivo lo que intentaremos desarrollar a lo largo de la obra. No es necesario que la idea principal que proponemos aparezca de manera explícita y directa, sino que más bien forma parte del fondo del argumento.
Después de decidir el tema sobre el que queremos escribir nuestra novela podemos tomarnos un tiempo para madurar diferentes maneras de abordarlo. Lo más aconsejable es adoptar una posición neutral con algún distanciamiento que permita al lector extraer sus propias conclusiones sin obligarle a posicionarse a favor o en contra de la opinión del escritor.
La forma de iniciar una novela es tan importante que de ello depende la decisión de leerla del nuevo lector, y muchas personas manifiestan que con frecuencia abandonan la lectura de una obra cuando ya desde las primeras páginas deja de interesarles.
Una novela puede escribirse en cualquiera de todas las personas gramaticales existentes, del singular y del plural, del masculino y del femenino, y cada una de ellas puede ser la más acertada dependiendo del enfoque que queramos dar a la narración. Lo más importante es determinar el ámbito psicológico que queremos reflejar en el argumento. Si vamos a destacar hechos objetivos y consideraciones de carácter general, el empleo de la tercera persona del singular puede ser una elección acertada. Por el contrario, si nuestra intención es reproducir aptitudes subjetivas y pertenecientes al mundo de los sentimientos o las vivencias interiores, lo más adecuado podría ser el empleo de la primera persona del singular.
En la tercera persona podemos adoptar una aptitud semejante a la que representaría un dios creador que conoce a sus criaturas de forma absoluta y sabe todas sus reacciones de pasado, presente y futuro y las causas que las ocasionan. También podemos situarnos en la posición de quien observa el desarrollo de la trama desde un punto de observación externo, y sólo describe lo que puede percibirse con las facultades humanas, haciendo resaltar la descripción de los escenarios y las sensaciones asociadas al mundo de los sentidos, pero excluyendo todo lo que se refiere al pensamiento o los sentimientos de los personajes.
Conviene evitar la descripción de sensaciones y pensamientos, sustituyéndolos por gestos, diálogos y movimientos que cumplan esa función, lo que imprimirá mayor fluidez y veracidad a la historia. La primera persona es el procedimiento de destacar la subjetividad del narrador. Lo que se cuenta se hace según lo que vive el protagonista, pudiendo o no estar acertado en sus apreciaciones o distorsionar la realidad de manera evidente. En este tipo de narración alcanza su mayor expresión la interiorización de los pensamientos, el monólogo interior y el manejo de los sentimientos humanos. Puede emplearse la forma de autobiografía, en el que el protagonista habla de algo que le ocurrió a él mismo, como si contase su propia vida o una parte de ella. También puede aparecer como testigo directo de lo vivido por otros, en el que el narrador suele ser un personaje secundario. El uso de la primera persona permite desarrollar más los aspectos psicológicos de los personajes y consigue una mayor identificación del lector con el protagonista del argumento.
Para empezar a escribir una novela puede hacerse al estilo de la Biblia, comenzando desde los orígenes de la historia que queremos contar o, por el contrario, resumir de forma subyugante los acontecimientos que provocaron los hechos que nos proponemos relatar. La primera forma transmite un orden más natural, pero la segunda suele dar mejores resultados si conseguimos despertar en el lector la curiosidad por las circunstancias que pudieron ocasionar el desenlace expuesto. En muchos casos la narración se plantea a partir de una situación intermedia del argumento y se despliega avanzando y retrocediendo al arbitrio azaroso de los hechos concretos y la incorporación controlada de episodios anteriores en el tiempo relacionados de algún modo con lo que en ese momento se cuenta, por lo que tampoco sería descabellado que el primer párrafo haga referencia a algún acontecimiento singular producido en el transcurso del conjunto de la trama con el fin de atraer la atención del lector.
Al margen del método a emplear como arranque de nuestra obra, lo que es cierto en la mayor parte de los casos es que casi nunca resulta ser el primer párrafo de la novela lo primero que escribimos cuando nos ponemos a escribirla. Hay escritores, incluso, que al terminar la obra reescriben no sólo el párrafo sino hasta todo el primer capítulo para mejorar su relación con los siguientes. Es preferible empezar la tarea con la aptitud de quien escribe algo provisional y dejar para más adelante la decisión de conservar o no como primer párrafo lo primero que escribimos.
El argumento de la novela deberá de hacerse de manera abierta, dejando la posibilidad de introducir durante la redacción de la obra secuencias secundarias y descripciones de aspectos paralelos o de interrelación de los diferentes personajes que en este momento no tenemos en cuenta pero que surgirán cuando escribamos cada capítulo. Después, anotaremos las características más sobresalientes de los principales personajes, así como los escenarios en que se desarrollará la historia y todos aquellos datos que nos servirán para enmarcarla en un momento determinado y dentro de un contexto histórico y social concreto. Podría ocurrir que decidiéramos modificar de manera sustancial incluso el final de la novela que hayamos previsto en el resumen del que partimos para escribirla. La fijación definitiva del título no tiene que preocuparnos hasta que no esté terminada. Podemos darle un título provisional, pero no debemos de rechazar ninguno de los que se nos vayan ocurriendo a medida que se desarrolla la obra, y es muy probable que después de escrita decidamos como título algo que tiene muy poca relación o ninguna con la idea que tuvimos al principio. Una vez hecho el resumen de la novela, conviene concretar lo más posible el medio físico y las condiciones sociales y temporales en las que va a desarrollarse. Debemos describir todo lo que creamos que pueda servirnos para el desarrollo del argumento y todo aquello que justifique o motive el comportamiento de los personajes.
Los errores cometidos por lagunas de conocimiento son aquellos con los que nos enojamos y nos sentimos burlados si en algún momento detectamos algún fallo de credibilidad, si percibimos que, consciente o inconscientemente alguien nos está contando una mentira, o quizás algo que no es cierto, ya que se supone que el autor no pone ninguna voluntad en engañarnos, aunque evidentemente lo que sí demuestra es su falta de rigor profesional.
Independientemente del error de que se trate, siempre habrá un sentimiento de decepción en mayor o menor intensidad. Cuando las meteduras de pata son escandalosas se convierten en patinazos. Estos pueden producirse en forma de desfase cronológico, como podría suceder si un personaje leyera el titular de la muerte de Franco en la portada de El País, cuando el periódico nació seis meses después de que el cuerpo del dictador yaciera bajo una cripta. Cuando el lector ha captado la falta del autor, su primera reacción es la pérdida de la confianza en el escritor.
No hace falta limitarse a escribir de lo que se sabe, sino saber de lo que se escribe. Se tienen que seguir unos pasos básicos:
1) Lo más importante es acotar el marco temporal en que va a discurrir nuestra novela: dónde vamos a situar la historia y los principales aspectos que vamos a tratar en ella.
2) Con la idea más clara y delimitada, el segundo paso consiste en desmenuzar esos aspectos generales y abstractos en temas y darles un título a cada uno.
3) Trazar el esquema dividiendo los temas y subtemas hasta que tengamos una idea lo más concreta posible de lo que necesitamos saber.
4) Hacer una lista con el máximo de detalles, datos, fechas, etc., que vamos a necesitar.
Escribir es cuestión de detalle. Los personajes, los objetos, las acciones y los escenarios que dan cuerpo a una historia han de ser únicos y peculiares, y el autor de ficciones debe elegirlos con cuidado, huyendo siempre de lo previsible.
En el proceso de documentación encuentras datos que dan muchísimo ambiente, como por ejemplo que en alguna época se utilizaba polvo de vidrio para lijar y que éste se ponía en un paño, entonces cuando el personaje va al mercado compra vidrio molido. Tu no puedes poner que fue a un mercado y compró todos los elementos que necesitaba y ya está, porque entonces se te acaba el capítulo. Esos pequeños detalles que desconocíamos y que vamos encontrando durante el proceso de documentación son los que van a dar vida y brillo a la historia. No sólo la van a revestir de autenticidad, sino que la van a hacer única.
Los detalles van a ir surgiendo solos en algún momento del trabajo de documentación. Simplemente hay que estar atentos para verlos y rescatarlos. Los detalles más jugosos los vamos a reconocer fácilmente porque son aquellos que nos van a sorprender a nosotros mismos, ya sea porque son curiosos, extraños, porque nos parecen exagerados o porque nos dan muchas claves para entender algo. Y si nos han sorprendido a nosotros, también van a despertar el interés del lector. Descubrir algunos pequeños pero significantes hechos puede transformar una escena corriente en algo inesperadamente interesante, que pueda parecer realmente mágico aunque quede dentro de la lógica. Encontrar una información nueva e interesante durante el proceso de búsqueda puede cambiar completamente la dirección de nuestra novela. Hay que saber bien de lo que se escribe y recopilar toda la información que necesitemos aunque luego sólo usemos una mínima parte en la novela.
La parte escrita de toda novela es sólo una sección o fragmento de la historia que cuenta. Si un novelista, al momento de contar una historia, no se impone ciertos límites, es decir, si no se resigna a esconder ciertos datos, la historia que cuenta no tendría ni principio ni fin. Lo importante es que el conjunto de la novela sea verosímil y no contenga anacronismos, desubicaciones u otros errores de documentación que nos hagan perder la confianza en el autor.
Los cuatro puntos para definir la historia de nuestra novela son:
1) Qué es lo que vamos a contar. Si es una historia de guerra, de amor, de detectives, de espías, de boxeadores o de pianistas, por ejemplo.
2) Hay que situar a la novela en un periodo más o menos amplio de la historia. Hay que determinar en qué años o décadas vamos a desarrollar la historia.
3) Debemos decidir cuáles son los escenarios que vamos a construir o aprovechar para nuestra novela. Qué país, pueblo, ciudad o barrio escogeremos o nos inventaremos.
4) Para los personajes, tendremos que construirles su mundo, su actividad laboral, sus hábitos, sus costumbres, su vida social, etc.
Detallar el argumento de una novela antes de empezar a escribir te ayudará a evitar problemas posteriores que pueden implicar retocar toda la historia. Evita los inicios falsos en la novela. Lo peor que le puede suceder a un escritor es descubrir que se ha quedado sin nada que decir antes de haber llegado al final de la historia. Llegado a este punto lo único que puedes hacer es tirar lo escrito y volver a pensar toda la historia. O bien (la peor opción), ponerle un final y esperar que nadie lo note.
Si planificas con antelación jamás se te ocurrirá preguntar ¿Y ahora, qué va a pasar? Si sabes por dónde quieres que vaya la historia es muy fácil evitar los tiempos muertos. Si haces bien el trabajo a la hora de diseñar el hilo argumental, construirás la tensión desde el momento inicial hasta el clímax.
Piensa en tus objetivos a la hora de escribir. Una vez que los tengas claros, te será más fácil marcarte el primer proyecto. Y con los objetivos en la mano podrás pensar en una organización de tu escritura. A la hora de marcar esos objetivos recuerda que hay que ser específicos con el tiempo que le dedicarás a escribir por día, por semana, etc. Hay que ser razonables con el tiempo que nos propondremos para terminar la novela. Hay que ser compasivos. Si ya perdimos tiempo sin hacer nada, no importa, retómalo. No importa si los demás se toman en serio tu escritura o no, quien debe hacerlo realmente eres tú. Tomárselo en serio es escribir todos los días, corregir continuamente, documentarse, hacerse leer por personas que sepan realmente de escribir.
Puede que intenten desvalorizar tus intentos, ¿y qué?, tu conoces tus determinaciones y tus límites. Olvídate de las opiniones de los demás y ponte a trabajar. Nada destruye mejor las dudas que un buen día de trabajo. Todos los escritores en algún momento de su vida han sido criticados o incluso se han enfrentado al ridículo. Saber que tienes algo en común con ellos puede ayudarte a ignorar los comentarios maliciosos y las críticas. Guarda los borradores de las historias de las que estés orgulloso, notas de agradecimiento de las personas que han leído tus escritos con agrado. Cuando alguien cuestione tu habilidad o frivolice sobre tu trabajo, recurre a tu caja para recordarte que escribir siempre recompensa.
Los escritores siempre deben creer que lo que escriben es importante, a pesar de los días malos, los errores, los rechazos y las críticas. Cree que tienes algo que decir. Repítete a ti mismo “digo cosas importantes y con sentido”. Deja clara tu intención de escribir. Trabajo en ella cada día. No importa como me sienta. Aunque al final del día tire todo a la basura. Ten por seguro que escribir es lo que dará significado a tu escritura. Pensamiento positivo, siempre. Afronta tus miedos.
Es mucho más fácil lamentarnos de no escribir que identificar los problemas reales que nos impiden hacerlo. Pregúntate, ¿por qué no estás escribiendo? Si lo que te impide escribir es el miedo al fracaso, olvídate del resultado y concéntrate en el proceso. Intenta poner tu escritura por delante de las demás cosas. Cuando te ofrezcan una noche de fiesta con tus amigos diles “antes tengo que escribir”. Aunque no estés de humor, dedícate a escribir un rato cada día. A veces nos pasamos una buena parte del día haciendo cosas que realmente no nos interesan. Una buena costumbre sería dejar todo aquello que no nos interesa y correr a escribir, que es lo que realmente nos importa. Aunque no estés de humor, déjalo todo, incluyendo tus pensamientos sobre porqué es estúpido o imposible hacerlo y corre a escribir. Si realmente quieres escribir deberás hacerlo en medio de los acontecimientos que ocurran a tu alrededor. Una vez que te des cuenta de que siempre estás en la mitad de algo, deberes, miedos, obligaciones, etc., entonces dejarás de esperar el tiempo perfecto para escribir.
Una de las fórmulas para que los lectores te recuerden como escritor y hablen de tu obra, consiste en crear personajes literarios inolvidables. Antes de empezar una nueva historia, tómate un tiempo para crear personajes literarios frescos que sean propiamente tuyos. Sólidos, coherentes, humanos. Con sus rasgos de heroicidad y sus defectos. No tienes que contarlo todo desde el principio, ni añadir tantos detalles que la historia quede enterrada en ellos. Si ofreces tantos detalles al lector pueden tener una noción tan clara de lo que sucederá que deje de leer o bien se pueda sentir tan abrumado por los detalles que tampoco vea clara la idea principal, y de igual manera, abandone el libro.
Establece un tema claro antes de escribir. ¿De qué trata la historia? No se trata de la línea argumental, la secuencia de acontecimientos ni las acciones de los personajes, sino del mensaje subyacente que quieres dejar claro más allá de las palabras. Ten muy claro el tema, y la historia tendrá más resonancia en las mentes de tus lectores.
Un relato efectivo cubre una historia en muy poco tiempo. Empieza tu historia con un conflicto. Lanza a tu héroe al meollo. Empieza con acción. Atrapa al lector comenzando en mitad de algo importante. Olvídate del escenario, o del villano que puso a tu héroe en el conflicto, o la razón por la que tu protagonista tiene los pies colgando por encima del acantilado. Habrá tiempo para comentar esos detalles durante la historia. Pero concéntrate en forzar a tus lectores a preguntarse cómo ha llegado a esta situación. Un lector que se pregunta, es un lector que continuará leyendo hasta llegar al final.
Recomendaciones para tener en cuenta al momento de escribir
Para acceder a tu creatividad y conseguir fluidez en tus palabras, deberás aprender a concentrarte profundamente. Si te sorprendes a ti mismo observando con atención los libros de la estantería, pensando planes para el futuro o bien saltando para tomar el teléfono con la idea de que es un respiro, es muy posible que sufras falta de atención. Algunas técnicas para escribir más son las siguientes:
1) Combate el aburrimiento. Si elevas el nivel de novedad de lo que estás escribiendo, encontrarás que es más fácil mantenerte ocupado. Probar cosas nuevas para ver si eres capaz y proponerte nuevos retos es un buen método para fomentar tu entusiasmo.
2) Monta una estructura y síguela. La habilidad consiste en tomar las reglas y estirarlas al máximo.
3) Juega con las formas.
4) Escucha con atención. Algunos escritores no empiezan a escribir nada nuevo hasta que un sonido sirve como detonador. Tienes que descubrir tus detonadores o interruptores creativos.
5) Habla con tus personajes literarios. Una buena manera de estirar una historia, o saber por dónde llevarla, es sentarte a hablar con tus personajes.
6) Encuentra tu equilibrio. Algunos escritores su concentración en el paseo, la meditación, el yoga o un baño de agua caliente.
7) Disfruta con tu ritual. Prácticamente todos los escritores tienen su propio ritual a diario, antes de ponerse a escribir. El beneficio de estos rituales radica en que mentalizan tanto tu cuerpo como tu mente de lo que viene después.
8) Olvídate del perfeccionismo. El miedo a ser imperfectos hace que muchos escritores ni siquiera completen su primer manuscrito. Ten por seguro que los escritores consagrados también escriben múltiples esquemas y tiran múltiples páginas a la papelera antes de sentirse completamente satisfechos consigo mismos. La clave reside en no dejarse paralizar por las consecutivas correcciones que requiera tu obra.
9) Invierte tus emociones. La pasión crea una escritura fuerte. Y cuando estás excitado o te diviertes, tu atención se concentra de manera natural.
10) Haz selecciones musicales. Algunos escritores prefieren el silencio absoluto, mientras que otros pueden trabajar en mitad del ruido anónimo de un bar. Otros encuentran que hay música que le ayudan a centrar su atención.
11) Imagina lectores receptivos. Es cierto que pensar en una audiencia demasiado pronto (antes del primer borrador) puede congelar tu creatividad. Pero cuando llegue el momento de pensar en esa audiencia intenta no pensar en ese profesor tan exigente, sino en el amigo que entiende en cualquier momento lo que estás intentando hacer.
Márcate fechas tope. Nada concentra más la mente que un límite de tiempo. Escribir bajo presión es la mejor cura para escribir de verdad. Puedes marcarte un relato a la semana, 1000 palabras al día o una escena antes de cada comida. Lo que importa es hacerte una promesa a ti mismo y cumplirla.
Elige un estilo y adhiérete a él. Si a un editor no le gusta algo de tu estilo ya sugerirá cambios. No te preocupes. En algún momento, al planificar tu argumento, pregúntate ¿qué daño físico puede sufrir mi personaje principal? ¿qué tan lejos puedo llevar ese daño? ¿qué fuerzas exteriores pueden introducirse para oponerse a mi personaje? ¿qué otros personajes pueden hacer que las cosas vayan peor? ¿cómo funcionan estas fuerzas opuestas? ¿qué tácticas usarán?, etc.
Piensa cuantos acontecimientos significativos quieres que ocurran en tu novela. Llámalos escenas. Pongamos por ejemplo unos 100. Asegúrate un inicio, medio y final equilibrados. El inicio y el final deben contener un 25% de la longitud de la novela cada uno, y el medio debe contener el otro 50%.
La escena exige al autor una indicación escueta o detallada del marco físico y alguna insinuación sobre el paso del tiempo. A veces en ella la voz del narrador pasa a un segundo plano y el uso del estilo directo nos permite escuchar, de primera mano, las palabras de los personajes (sus diálogos).
Cuanto más tiempo cronológico abarque la historia que queremos contar, más tendremos que acudir al resumen. Conviene que si deseamos escribir algo corto no intentemos abarcar demasiado tiempo en las acciones, pues corremos el riesgo de que los resúmenes devoren la historia, y de esa forma, no tendríamos la oportunidad de acercar los personajes ni sus acciones a los ojos del lector. El tiempo de la narración es mayor que el tiempo de la acción. La cámara se demora en los detalles precisos de personas y objetos, recrea la vista en colores y formas.
Una escena gira alrededor de algo, habitualmente un objeto físico tangible, y para que sea visible al lector, suele acumular una buena cantidad de objetos, sustantivos concretos, verbos de acción y repeticiones. Una de las mejores formas de enlazar escenas sin que se rompa la continuidad de la historia es llevarse un objeto de un párrafo a otro. Es recomendable construir escenas amueblándolas, no con uno, sino con muchos objetos concretos, que se escoja uno de ellos para hacer girar toda la escena a su alrededor, sin temor a repetirlo de manera directa o a través de sinónimos, que se introduzca suficiente movimiento en su interior, y que se lleve un objeto, nombrado en las últimas líneas de la escena, al párrafo, escena o capítulo siguiente con el fin de asegurarse que la narración no discurre a saltos, sino en un continuo sin fracturas.
Los escritores deben poner suficiente información en sus manuscritos como para que, al llegar al final, éste sea lógico y coherente. Un gran inicio no garantiza que una novela sea buena. Una buena técnica para crear la intriga es empezar la novela justo a la mitad de la acción. Para ello, una vez finalizado el primer borrador de la novela y ya en la fase de montaje, haz que el segundo capítulo sea el primero.
Otra forma de iniciar con acción inmediata es usar el diálogo. Y si éste incluye alguna forma de conflicto, mucho mejor. Manipula las emociones. Es muy fácil hacer que los lectores se sientan atados al personaje principal mediante una emoción universal. El sentimiento de amor de un padre hacia su hijo, el odio al villano, etc. Cuando se usa la primera persona, especialmente en ficción literaria, puedes captar la atención mediante la voz y la actitud.
Las emociones que siente el lector son importantes para ti como escritor. Debes saber qué quieres que sienta el lector cuando llegue a la última palabra de tu novela y cierre el libro. Quizá desees que crea de todo corazón que la historia valía su tiempo y el esfuerzo emocional que ha realizado. Así es como funciona el boca a boca.
Debemos ser consecuentes con el tipo de género al que hayamos adscrito nuestro texto. En una novela realista no podemos usar un final mágico si no lo justificamos. En una novela romántica debemos seguir las normas y leyes del género y finalizarla felizmente. En literatura comercial hay que cerrar el círculo para satisfacer a nuestro lector. No podemos dejar nada al azar ni a circunstancias arbitrarias. El lector querrá saber qué ha sucedido exactamente y por qué. Si hay lugar para la arbitrariedad en la literatura popular es en el destino de los personajes secundarios. Uno de los personajes secundarios puede sufrir un final ambiguo o bien totalmente trágico. De esta manera se subraya el triunfo del protagonista.
En cada historia hay algún tipo de conflicto. Los personajes deben encontrarse obstáculos a superar gracias a su agudeza o inteligencia. Es importante evitar las soluciones convenientes, en las que no cuentas la existencia del amigo de infancia que tiene la solución al problema hasta la última página por ejemplo, a no ser que las sitúes al principio de la historia. Tiene que haber una resolución para cada conflicto de la historia. Puedes usar una serie de pequeños conflictos para llegar al principal pero cada conflicto necesita su solución individual al final de la historia. Todos ellos constituyen el argumento. Son básicos para cualquier género de tu historia.
La expresión de las sensaciones dotarán al texto de una humanidad que difícilmente se puede alcanzar con la explicación más detallada. Si introducimos en un escrito música, estrépitos o ruidos en el patio interior, texturas y roces, sabores, olores, etc., estaremos creando atmósfera, pero también conseguiremos un cierto grado de empatía por parte del lector. Las emociones son otro factor que puede acercar un escrito al lector. Si el que narra está alegre, y esa alegría está bien expresada, el lector se sentirá automáticamente identificado. Todos tenemos sentimientos, pero hay que marearlos mucho para conseguir expresarlos. No basta con que el escritor se emocione o sienta lo que quiere escribir: ha de saber plasmarlo sobre el papel para que el lector, que no está en su pellejo, pueda sentir, a su vez, lo mismo. Así pues, no se trata de explicar los sentimientos, sino de que quien lea el texto experimente, a su vez, lo que se ha tratado de reflejar.
La estructura de escenas paralelas más usada es la de poner a dos personajes realizando acciones diferentes con una cronología muy similar. Sin embargo, ésta técnica de escenas paralelas también ofrece ciertos riesgos. El mayor es la fragmentación. El peligro ocurre cuando el lector debe cambiar de localización, punto de vista, e incluso es posible que cambie de argumento. En ese momento es posible que el lector abandone sin llegar a hacer el esfuerzo para reorientarse. La clave para evitarlo está en una buena transición. Puedes realizarla usando pequeños trucos que sugieran continuidad. Un ejemplo sencillo sería acabar un capítulo en el que dos personajes secundarios comentan sobre la inteligencia de tu personaje principal y empezar el siguiente demostrando la inteligencia de ese mismo héroe.
Es fundamental que el escritor maneje con soltura los recursos narrativos como el punto de vista del narrador, el personaje, el dialogo, etc., pues son los elementos que le permitirán dar forma a sus historias. Un punto de vista equivocado puede dar al traste con el mejor argumento y la omisión de un dialogo empobrecerá la escena más colorida. No se puede estar pensando en las herramientas narrativas mientras uno escribe, porque el proceso de la escritura requiere otra parte del cerebro: la creativa, la loca, la que es capaz de propiciar la asociación libre de ideas y un ritmo fluido. El modo en que usamos los recursos estilísticos, como el lenguaje, la elección de un adjetivo u otro, el ritmo del discurso, la calidez y la sonoridad de las palabras, son elementos que marcarán de forma decisiva la historia que contemos. Debemos escoger todo aquello que sirva a nuestras narraciones, tanto lo que observemos en el mundo exterior, como lo que encontremos en nuestra memoria.
Para alcanzar la claridad en un escrito nos ayudará, en primer lugar, la concisión. Un estilo conciso será aquel que se esmere en utilizar el menor número de palabras para expresar una idea con la mayor exactitud posible. Hay que tener en cuenta que cada palabra, cada frase, cada párrafo de un texto va a estar en función del resto. Esto quiere decir que quien escribe, a la hora de incluir o desechar alguna palabra o una expresión ha de tener en cuenta las anteriores, pues no se pueden entender de forma aislada. Hay que tener en cuenta que el tiempo siempre actúa a favor del escritor. Cuanto más tiempo se le dedique a clarificar y ordenar un escrito, más éxito tendrá cuando sea leído.
El estilo formal de escritura en narrativa, es un recurso que se emplea muy poco en la literatura del siglo XX, y por regla general lo que garantiza es un aburrimiento mortal del lector. En este estilo formal la redacción es clara, las ideas y los hechos quedan expuestos con nitidez. Y sin embargo, falla el tono. Al leer los párrafos no lo siento, ni lo imagino porque los hechos están contados desde la lejanía anónima que lleva aparejado el tono formal.
Cuando el lector deja de visualizar imágenes y acciones para encontrarse con simples palabras una detrás de otra el autor ha fracasado. Al contrario, cuando el escritor consigue mantener al lector en un mundo de imágenes rico y coherente a lo largo de todo el relato, ha triunfado en su objetivo.
Para conseguir crear en la mente del lector eso, ha de visualizar antes, de forma detallada y concienzuda, las escenas de su relato. Para ello, ha de acudir a todo el caudal de imágenes –vividas o soñadas- que se almacenan en su cerebro. Podemos decir que las imágenes son una fuente inagotable de inspiración para el escritor, pues la fuerza descriptiva de lo que nuestros ojos ven hará saltar la chispa de miles de historias encerradas. Así que cuando sintamos la necesidad impostergable de escribir pero nuestra mente aletargada no dé con un tema o una idea de arranque, no tenemos más que acercarnos a la exposición de fotografías más cercana para que nuestro cerebro, ya preparado para ello, empiece a desentrañar las narraciones que envuelven las imágenes que pasen ante nuestros ojos.
El espacio suele estar muy limitado en los relatos. Cada palabra es importante. Bucea en el diccionario para encontrar las palabras que transmiten lo que realmente quieres decir. Encontrar una simple palabra fuerte puede ser mucho más efectivo que un párrafo entero. Las mejores historias son las que se enfocan hacia un tema concreto. La historia, los detalles externos, los entornos, los otros personajes, todos ellos son detalles ajenos que deben caer en el olvido mientras te centras en el tema principal de la historia. La digresión puede ser tentadora pero cuanto más concentres tu foco en la historia, más se lanzará el lector hacia el acontecimiento que has creado.
Decir lo que piensa un personaje y cómo reacciona es más fácil que describir la acción. Sin embargo, es mucho más efectivo situar a los personajes en la acción y demostrar sus sentimientos en relación con el escenario y los otros personajes. Deja siempre muy claro al lector los porqués de tu personaje. Porque actúa tal y como lo hace y porque siente lo que siente. No importa que des mucha información en un diálogo, pero lo que digas tiene que sonar creíble y natural. Ha de sonar como si dos personajes estuvieran conversando. El diálogo jamás debe parecer un interrogatorio, a no ser que realmente lo sea. Si los personajes gritan o suspiran debe demostrarse a partir de la acción y por lo que dicen. Evita cosas como “ella replicó enfadada”. Debes marcar dos momentos diferenciados para realizar ambas tareas. Mientras escribes simplemente aleja al corrector que hay en ti y dedícate a escribir. Luego ya leerás tus páginas con ojos crítico. Confecciona una lista con las palabras que tiendes a escribir con más frecuencia e intenta eliminarlas de tu trabajo sin que pierda significado.
Consejos para aplicar en los personajes
Crea un protagonista agradable para tu novela. Éste es nuestro héroe. Puede ser hombre, mujer, perro, gato, robot o lo que se te ocurra, pero tu protagonista debe ser alguien o algo con quien el lector se identifique. Y no sólo eso, sino que el lector ha de desear que la misión del personaje tenga éxito. La mejor manera de conocer a tu protagonista antes de plantarlo en medio de la obra es escribir la historia de su vida.
El diálogo debe ser dinámico. Un diálogo no debe consistir en la alternancia monótona de preguntas y respuestas. La réplica de un personaje a otro no tiene por qué ser la respuesta a esa pregunta. Los diálogos no deben decirlo todo. Los personajes no siempre se lo cuentan todo ni han hecho voto de absoluta sinceridad; al menos no todos los personajes. Esta falta de información de los unos acerca de los otros puede llegar a complicar muy positivamente las tramas de las historias, e incluso completar su sentido. No necesitamos que los personajes hablen directamente de algún conflicto para que el lector sepa qué ocurre. Si nosotros no vemos al personaje, difícilmente lograremos que lo vea el lector. Si conseguimos dar vida en nuestra mente al personaje con imágenes, nos resultará más sencillo desarrollar las acciones.
Ir visualizando la historia mientras escribimos nos permitirá captar detalles que de otra forma nos pasarían, quizá, inadvertidos. No obstante, en la mayoría de las ocasiones no basta con observar al personaje desde fuera. Tras conseguir tenerlo ante nuestros ojos y seguirlo en sus acciones, en muchas de nuestras historias tendremos que introducirnos también en su interior, acceder a sus pensamientos, a sus emociones a sus sentimientos. Meternos en la piel del personaje nos permitirá cubrir otra parte importante de la historia, no tanto la de los hechos y acciones, sino la de las causas, las motivaciones, las reacciones.
Un relato o una novela se trata de un entramado que se desmorona si falta alguna de las piezas. Si no logramos visualizar al personaje, difícilmente podremos relatar sus acciones de una forma verosímil. Ningún buen escritor escribe sobre lo que sabe de sobra. Ningún lector saca más que entretenimiento de una narración que no le dice nada nuevo. Si somos capaces de introducirnos dentro de un personaje y comprenderlo, de sentir lo que él siente y después transcribirlo en palabras, estaremos en disposición de entendernos mejor a nosotros mismos y a los que nos rodean. De la misma forma, el lector sacará lección de análisis y seguirá un proceso parecido al del escritor, verá al personaje en conexión con sus acciones, se identificará con él, llegará a comprender desde dentro y desde fuera sus motivaciones, las razones de sus cambios, y de esta forma se entenderá mejor a sí mismo y a las otras personas.
Relaciona los acontecimientos con las motivaciones de tu personaje. Un método poderoso para conseguirlo es partir de las motivaciones de tu personaje principal. Pregúntate cuál es el objetivo principal de tu personaje. Mientras el lector busque la manera de que tu personaje consiga obtener sus objetivos, tú, como planeador del argumento, debes oponer cada vez mayores obstáculos a sus logros. Un héroe o heroína con su motivación fuerte siempre ofrecerá más causalidad a tu argumento.
Haz que tu personaje principal se enfrente a grandes vicisitudes y que corra peligro de sucumbir en el intento. Haz peligrar su vida. Y finalmente, haz que triunfe siendo el más fuerte, el más listo, el más rápido. No sólo ha ganado, sino que se ha probado a sí mismo y a los demás de lo que es capaz a pesar de tenerlo todo en contra. De esta manera, conviertes al protagonista en el héroe con el que tu lector se puede sentir identificado. Y a su vez, el escritor sentirá una satisfacción especial. La que conlleva el hecho de ser reconocido.
En la actualidad, ya no se espera que el héroe salve de todo peligro a la heroína como antes. Ahora se espera que la heroína se salve a sí misma, especialmente si el libro va dirigido a una audiencia femenina. Una protagonista fuerte no necesita que la rescaten. Tiene fuerza mental, espiritual y moral. Confiará en sus propias fuerzas y habilidades para vencer, y la audiencia (femenina) se sentirá reivindicada al llegar a la conclusión. Otra posibilidad es que el héroe asista a la heroína en su confrontación. Que luchen como equipo, que casi sean vencidos y que tengan éxito juntos. Es un final particularmente efectivo en historias que pretenden tener un tono romántico porque el lector espera que los protagonistas acaben juntos al final de la historia.
Tu protagonista no puede ser el villano de la historia. Si decides correr el riesgo ten en cuenta que es un camino difícil. En el final satisfactorio de una novela de literatura popular, el bien vence al mal, y por la misma regla, se recompensa a los que han sufrido. También debe existir el indicio de que los villanos recibirán un castigo igualable a lo que han hecho sufrir a los héroes.
Debes satisfacer las expectativas de tus lectores respecto a los personajes. Debes dejar que tu protagonista evolucione, pero no cambies sus costumbres más características. El final debe ser una sorpresa pero jamás improbable. Debes preparar al lector para lo que llegue en la escena final. Los acontecimientos y comportamientos deben seguir una cadena lógica. La satisfacción del lector disminuye cuando rompes una convención del género.
No cargues tu relato con demasiados personajes. Cada nuevo personaje que introduzcas traerá una nueva dimensión a la historia pero también puede añadir una longitud innecesaria. Demasiada dimensión (o demasiadas direcciones) diluirá el tema. Usa sólo los personajes suficientes para ilustrar el tema.
Consejos para aplicar en la narración
El ritmo de la voz del narrador ha de amoldarse a lo que nos está contando. Se tiende a acortar las frases porque la vida, y por tanto la realidad escrita, es más acelerada. Las oraciones cortas dan velocidad al texto. En general, conviene ir alternando frases largas y cortas, para evitar la monotonía o el frenesí. La longitud de los párrafos también influirá en el ritmo del relato. Conviene no cansar al lector con párrafos kilométricos, ni hacerle saltar constantemente de uno a otro. Alternar párrafos largos y cortos dará un ritmo variado al texto.
La voz del narrador ha de pasar inadvertida en lo posible, porque si continuamente llama la atención sobre sí misma, el lector se distraerá de la historia que le están contando y fijará su atención en las modulaciones atípicas de la voz perdiendo el hilo de la narración propiamente dicha. No hay que olvidar que el objetivo del escritor, y por tanto del narrador, es que la historia y los personajes cobren vida en la imaginación del que lee. De igual modo, tampoco es conveniente usar una voz monocorde y soporífera que, aunque no se señale a sí misma, tampoco apunte a los hechos que está narrando, ni se implique en ellos.
Para que la voz del narrador pase inadvertida sin resultar tediosa se que tiene que dar una especie de simbiosis entre ésta y los hechos narrados, de modo que acoplada la una a los otros, formen una misma cosa. Es importantísimo modular bien la voz del narrador y aprovechar todos los recursos que nos ofrece. Esa modulación va a depender de muchas cosas, como cuál es la historia que se está contando, si el narrador es a la vez uno de los personajes de la historia o alguien ajeno a ella, el bagaje cultural de autor, etc. El tono puede ser más grave o más agudo. Cuanto más grave sea, tanto más serio y profundo sonará lo narrado, mientras que la subida de los agudos imprimirá notas ascendentes de desenfado al texto.
El tono del narrador influirá tanto en la percepción de la historia como en la de los personajes, y a la vez se verá influido por ellos. La voz del narrador debe permanecer en un volumen medio, ni muy alta, ni muy baja. De igual forma, el narrador podrá alzar o bajar la voz cuando la historia lo justifique. No sólo con exclamaciones se puede alzar la voz, sino también por medio de la combinación de sustantivos y adjetivos. Si el volumen permanece muy alto a lo largo de todo el discurso, el narrador no podrá subirlo cuando realmente se necesite.
Otro recurso que permitirá ajustar la voz del narrador va a ser la expresividad, que implicará la proximidad afectiva y el grado de adecuación del narrador con respecto a los personajes. En este sentido, la voz del narrador podrá ser cálida o fría, anhelante, acariciadora, tierna, distante, amenazadora, etc. Igual que ocurre con el tono o el volumen, la expresividad de la voz del narrador va a aportar, combinada con el contenido de la historia, diversos visos de sentido a los personajes y, por tanto, influirá en la aproximación del lector hacia ellos. Tono, volumen y expresividad: tres herramientas muy útiles para modular la voz del narrador, cuyo dominio llevará a una perfecta adaptación del discurso a su contenido.
Algunos errores comunes para tener en cuenta
El primer error de los escritores es no tener calma. Estamos acostumbrados a leer para buscar información, pasando por alto la escritura en ocasiones y yendo directamente a lo que nos importa. Pero los escritores podemos aprender mucho leyendo lo que otros ya han escrito. Si lees demasiado rápido te perderás muchas cosas. Debes tomarte tu tiempo para escuchar las palabras y su ritmo, sentir los detalles, vivir la historia que te están contando. Hay que leer lentamente y totalmente concentrados para percibir un giro completamente inesperado en el argumento, una frase maravillosa o un pequeño detalle. Tómate tu tiempo y piensa por qué funciona esa manera de escribir del autor, por qué ha funcionado contigo. Esta es la clave de cómo mejorar tu escritura leyendo.
El segundo error es no discriminar nunca. Batallar con un libro aburrido y mal escrito es perder el tiempo. Si no te llama la atención una novela al final del capítulo tercero o un relato al finalizar la primera página, olvídalos. Dedícate a leer algo que valga tu valioso tiempo. El tiempo es crucial y la vida no es eterna. Si aun así el libro valía la pena, no te preocupes, ya te lo recomendarán de nuevo. Quizá esa vez lo leas con nuevos ojos. Tú eres el mejor juez sobre lo que te inspira y motiva; estúdialo, absórbelo. Úsalo para mejorar tu propia escritura.
El tercer error es no leerlo todo. No leer todo lo de un libro que te ha gustado es también un error. Lee los libros desde la cubierta hasta la contraportada, incluyendo créditos y dedicatorias.
El cuarto error de los escritores es no escuchar. Intenta percibir cuando una frase capta tu atención. Léela en voz alta e intenta pensar por qué te interesó. En vez de leer las palabras intenta escucharlas en tu interior. Intenta imaginarte el sonido. Aprende a escuchar mientras lees porque eso te enseñara a escuchar tu propia escritura, ayudándote a encontrar las palabras más adecuadas para describir sonidos, olores, sabores. También te ayudará a terminar con éxito un párrafo y a equilibrar los siguientes entre sí.
El quinto error es no tomar nunca notas. Mientras lees ten a la mano un cuaderno de notas. Escribe las frases que te hagan pensar. El acto de escribir puede ayudarte a integrar ese ritmo particular a tu cerebro. Asegúrate de poner el nombre de la publicación y su autor para volver a él otro día. Pon notas para recordarte por qué te llamó la atención esa frase. Cuando encuentres un personaje interesante escribe algo sobre él. Estas notas pueden ser muy útiles más adelante al desarrollar tus propios personajes.
El sexto error es no descansar. Una vez terminada y corregida tu obra, arrópala y métela en un cajón, olvídate de ella, haz otra cosa que nada tenga que ver con la obra que duerme. Procura que salga de tu mente completamente, excepto el lugar donde la guardaste. Veremos cosas que antes no vimos y sabremos corregirlas y dar solución a los fallos detectados.
El séptimo error es no saber cuando parar. Cuando haya vida a tu alrededor, deja el libro y observa. Cuando estés con gente alrededor aprovéchalo y observa la vida que fluye.
Consejos para tener en cuenta al momento de corregir
Corrige tu borrador cuidadosamente y quita cualquier palabra o frase obsoleta. Quita todo lo que sobra. Quita todo lo que no añada emociones, situaciones o diálogos, que no tengan que ver con tu relato. Intenta encontrar maneras más compactas de mostrar lo que quieres decir.
Al momento de corregir obras literarias, la revisión comienza siempre con una re-visión, un volver atrás para determinar si lo que has escrito es lo que te prometías al principio. Casi siempre habrá algo que necesites o desees cambiar. Da las gracias por tener la oportunidad de corregir y mejorar. Ningún trabajo es perfecto y el tuyo tampoco debe serlo. La corrección te permite entrenar tus habilidades y mejorar la calidad de tu trabajo. Escribir en realidad es corregir. No permanezcas inmóvil. Cambia una frase, reordena un capítulo. Olvídate de la perfección, nada de lo que escribas llegará a ese estado. Esto ocurre porque tú cambias con el tiempo, y contigo tu perspectiva. No te detengas a buscarle pequeños defectos y continúa hacia delante. No hagas el camino en solitario si te pierdes o te encuentras con el bloqueo. Procúrate algunos críticos en los que confíes. Personas que a su vez escriban y conozcan el proceso. Tómate un respiro. La revisión, como la escritura no es algo que puedas forzar. Los ojos frescos llevan a una escritura fresca que es el objetivo de toda revisión.
Apuntes finales
El gran secreto del oficio del escritor no es convertirse en escritores. Es continuar siendo escritores. La verdadera prueba de fuego no es escribir y publicar una novela, sino escribir y publicar la segunda.
El arte de contar historias es el arte de combinar palabras. El escritor las elige cuidadosamente, y hace y deshace hasta encontrar la fórmula que va a influir en sus lectores de un modo más intenso y más seguro. Por lo general, el buen estilo literario consiste en una mezcla entre destreza, personalidad e inspiración. No es lo mismo explicar una historia que contársela a los lectores. No es lo mismo mostrar un personaje que retratar sus acciones de un modo vivo y concreto. Detalles, acciones breves, cosas, olores, deben ser los elementos que van llenando las frases en una narración.
El perfeccionismo representa un obstáculo muy serio para el escritor. Es una de las aptitudes que obstaculizan casi por completo el desarrollo de una expresión propia. La escritura es un espacio imaginario donde todo vale. Para que una novela funcione hay que exponerse y romper los tabúes. Hay que dejar que el juego nos arrastre, en suma, que los personajes tomen sus propias decisiones. Para escribir no hay que pensar. Escribir es imaginar. Imaginar es pensar con el corazón. El escritor corrige con la cabeza pero escribe con el corazón. Pensar con el corazón significa abrirse, ponerse en relación con uno mismo, establecer un equilibrio entre conceptos y emociones, ideas racionales e imágenes irracionales, pensamiento rígido y pensamiento fantaseador. Ni en el puro fantaseo, ni en el perfeccionismo literario a secas reside la esencia de la creatividad. Los momentos auténticamente creativos de la literatura tienen lugar en una zona intermedia, allí donde el pensamiento dirigido y el pensamiento fantaseador se equilibran, se alternan y lejos de oponerse comienzan a trabajar al unísono.